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Summary: Desde la restauración democrática en 1990, Chile viene prestando una significativa atención a la temática juvenil, lo que se ha visualizado en el desarrollo de una amplia gama de ofertas programáticas tendientes a mejorar las condiciones de vida y procesar la fluida inserción social de los jóvenes. Los avances logrados son numerosos y significativos, y a modo de síntesis, podría decirse que Chile es uno de los pocos países (si no el único) de América Latina, que puede mostrar indicadores objetivos que muestran que la integración material de sus jóvenes ha mejorado notoriamente (aumento de la matrícula educativa, disminución de las tasas de desempleo, etc.) en el marco de una disminución global muy notoria de los niveles de pobreza.
Sin embargo, las percepciones de los propios jóvenes siguen mostrando una significativa disconformidad. Esta aparente paradoja, no afecta solo a los jóvenes, pero en su caso resulta particularmente significativa, en la medida en que se expresa en un distanciamiento creciente de las tendencias de la modernización económica, social y política en marcha. De algún modo, todo parecería indicar que no basta con la integración “material” y hace falta trabajar también en relación a la integración “simbólica”.
Algunos especialistas han tratado de llamar la atención respecto a problemas de fondo que no están siendo debidamente atendidos. Así, por ejemplo, Vicente Espinoza y su equipo han tratado de comprender a fondo las nuevas culturas juveniles y sus vínculos –en términos de “demandas”- con las políticas públicas, criticando fuertemente el limitado enfoque dominante hasta el momento. Así, sostienen en un riguroso informe del año 2000, que no basta con implementar políticas públicas “habilitadoras” que traten de compensar las limitaciones del mercado, y que se requiere políticas públicas guiadas por el imperativo de satisfacer necesidades sociales (y no sólo individuales).
“El rasgo que tienen en común estos jóvenes (los entrevistados en su investigación) es que viven una experiencia social de dominación frente a la cual piden ayuda. No es la pobreza su principal problema, sino el no ser considerados como personas y el sentirse permanentemente discriminados ... Lo que los jóvenes demandan a las políticas públicas es más que un apoyo frente a situaciones de grave carencia: los jóvenes demandan un apoyo para reducir las situaciones de dominación a las que se ven enfrentados en su vida diaria”.
En este enfoque, “las nuevas políticas sociales hacia el sector juvenil deben abrir espacios de participación ciudadana concordantes con el desarrollo social y político del país (...) Se trata de abrir la posibilidad de que los jóvenes puedan incidir en su entorno, de forma que ello abra un espacio cívico de participación. El concepto de servicio juvenil –concluyen- puede ser un gran aporte en esta dirección”. Este puede llegar a ser el principal desafío del nuevo gobierno, encabezado por Michelle Bachelet y que asumirá en pocas semanas.
Dada esta particular coyuntura, de terminación de un período de gobierno y comienzo de otro, hemos considerado oportuno presentar una especie de “balance” (siempre incompleto) de esta fecunda experiencia, con la esperanza de verla potenciada en los próximos años.
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