PARAGUAY: La esperanza de la generación: las chicas desafiando la misoginia en el centro rural de Paraguay

24 de octubre de 2016- Al este de Paraguay, en Mbaracayú, al final de 20km de un sinuoso camino terracería roja en medio de una selva tropical, hay una escuela secundaria para jóvenes mujeres que brinda una fuente de esperanza, en un país tristemente célebre en cuanto a los derechos de la mujer.

“El machismo aquí es muy fuerte,” dice Palmira Mereles, mientras le quita la tierra a un mandioca, recién cosechada del huerto de la escuela. “Sólo los hombres tienen voz. A las mujeres no se les alienta a tener sueños u opiniones.”

Actualmente de 21 años de edad, Mereles formó parte de la primera generación que estudió en el Centro Educativo Mbaracayú cuando abrió sus puertas en 2009. Construido por la ONG Fundación Paraguaya, el centro tiene como meta resolver precisamente las dificultades a las que ella se refiere: los problemas de igualdad de género en este país sin litoral.

Hace un año desde que las rigurosas leyes sobre el aborto en Paraguay saltaron a los titulares internacionales, cuando a una niña de 10 años de edad le fue negada una interrupción de un embarazo. La pequeña, conocida como “Mainumby”, fue presuntamente violada por su padrastro, pero en este país – predominantemente católico – el aborto sólo es legal si la vida de la madre está en peligro. Amnistía Internacional describe estas leyes como “draconianas” y a pesar de las numerosas peticiones por la madre de la niña y de las protestas en el país entero y alrededor del mundo, las autoridades se negaron a permitirlo.

Este no ha sido un incidente aislado. Los índices de embarazo en las adolescentes se encuentran entre los más altos de la región. Más de una de cada 20 jóvenes ha dado a luz ; y en zonas rurales, como el Bosque Atlántico, una cuarta parte de las jóvenes tienen o son menores a los 14 años. Como consecuencia, muchas no logran terminar sus estudios.

“La discriminación de género es común a lo largo de Paraguay,” dice Celsa Acosta, la directora fundadora de la escuela. “La pobreza es extrema, en particular en zonas rurales, y las niñas sufren las peores consecuencias. Queríamos ayudarlas a tomar el control de sus propias vidas.”

En numerosas ocasiones las activistas han tenido que enfrentarse a la cultura católica tradicional del Paraguay. Gloria Rubín, quien fuera Ministra de la Mujer cuando se construyó la escuela, produjo un manual de educación sexual destinado a las escuelas secundarias en el país. Pero la iglesia organizó protestas en su contra y el libro fue retirado. Cuando más tarde Rubín viajara enseñando la guía directamente a los maestros a lo largo del Paraguay, fué perseguida por la iglesia con manifestaciones, dice la ex-ministra.

La escuela está situada en un claro rodeado por la Reserva Mbaracayú, la cual protege el fragmento restante más grande del Bosque Atlántico en Paraguay (existe hoy día sólo el 7% del bosque original). El pequeño campus está compuesto de una colección desperdigada de dormitorios, salones de clases, y espesuras de palmeras altas. Junto al huerto donde se cultiva papa, maíz, calabacín y cacahuate, hay una granja de animales, habitaciones de hotel, y una ruta turística que se adentra en la maleza.

En esta vulnerable, pero ricamente fértil área, el objetivo de la escuela es educar a las jóvenes para que sean líderes del desarrollo sostenible en sus comunidades. Se les enseñan técnicas de agronegocios y computación, lo cual es poco común entre comunidades indígenas. Además del currículo educativo nacional, se les ofrece una variedad de cursos vocacionales, tales como textiles, turismo y gestión medioambiental. Y algo aún más radical es que se imparten también clases de género, autoestima y educación sexual.

La educación sexual a lo largo del país es “inadecuada”, declara Rubín. “La enseñanza es desde la perspectiva de la iglesia católica, es decir que está detenida en el siglo XIX.” Sin embargo, el tema juega un papel central en la escuela Mbaracayú. Las jóvenes reciben clases semanales sobre derechos sexuales y reproductivos, que la escuela describe como clases de “orientación” enfocadas en su salud física y psicológica.

“Yo me embaracé muy joven, porque carecía de la información para conocer otra forma,” explica Acosta, la fundadora de la escuela. “Esto verdaderamente me marcó como persona. Entonces decidí asegurarme de que las jóvenes de la siguiente generación tuvieran acceso a la información con la que yo nunca conté.”

Ella continúa: “Impartimos clases sobre anticonceptivos y aseguramos que las jóvenes entiendan su propia fertilidad. Pero igual de importante, en una cultura machista, es cultivar la autoestima. Ellas necesitan saber qué es lo que quieren y ser capaces de afirmarlo en sus relaciones.”

La escuela también le brinda una segunda oportunidad a las jóvenes que abandonaran anteriormente sus estudios. Elva Gómez, de 19 años, vive y estudia aquí con su hija de cuatro años.

“Antes de venir aquí, pensé que sólo iba a quedarme en casa y cuidar a Romina,” dice. “Pero ahora quiero terminar mis estudios y capacitarme para ser enfermera.”

La escuela Mbaracayú espera que las jóvenes sean capaces de proveer mejor para sí mismas y sus familias con las certificaciones y competencias que se les ofrece. Las estudiantes provenientes de comunidades indígenas estudian de manera gratuita, mientras que la mayor parte de las familias paraguayas pagan 100,000 guaraní al mes (£12). Y aunque al principio muchos padres de familia de comunidades indígenas locales tenían dudas con respecto a esta escuela progresista, ahora muchos quieren que sus hijas estudien ahí, ya que han constatado los beneficios: dos jóvenes que se graduaron en la generación de 2011 ahora son maestras de primaria en sus comunidades.

A las estudiantes también se les apoya para que soliciten becas universitarias, tanto en el ámbito nacional como en el extranjero. Mereles estudió ciencias agrícolas en Costa Rica, antes de volver para dar clases y gestionar el huerto.

“He conocido a muchas jóvenes que no querían seguir estudiando,” dice. “No creían que podían lograr nada. Pero con el tiempo sus actitudes van cambiando. Se vuelven mucho más seguras de sí mismas.”

Con un índice de deserción escolar de tan sólo 9%, comparado con el 17% observado en la región, en la escuela al corazón del Bosque de Mbaracayú hay una nueva generación de jóvenes en el corazón del Bosque de Mbaracayú que están desarrollando su seguridad en sí mismas para luchar por sus derechos, con lo cual, la posibilidad de cambio en el resto del país quizá se pueda alcanzar.

Country: 
Author: 
Toby Stirling Hill
Author org: 
The Guardian

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