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La violencia ha cambiado radicalmente a decenas de niños. El recuerdo del momento violento en que perdieron la vida sus seres queridos se vuelve la peor de sus pesadillas Los juegos infantiles, las muñecas, los “trastecitos”, los robots y los carritos han cambiado repentinamente para muchos menores que han sufrido la muerte violenta de sus padres. A su corta edad, algunos se han convertido en testigos en los procesos judiciales. Sin cifras oficiales En silencio afrontan su situación los menores que han quedado huérfanos y con la imagen de haber visto morir a sus padres víctimas de una bala o un arma blanca. Sus tragedias se contabilizan como parte de las cifras de violencia en general, ya que no ha habido una atención especial del Estado hacia estos casos. Alejandro Mendizábal, sicólogo de la Procuraduría General de la Nación (PGN), explica que mensualmente atiende un promedio de ocho casos de este tipo. Empero, de diciembre a enero, la misma PGN sólo reporta cuatro, en los cuales los menores fueron los únicos sobrevivientes de masacres en las cuales lo perdieron todo. Lo anterior ilustra la falta de datos oficiales unificados, pues tampoco el Ministerio Público (MP) ni la Policía Nacional Civil (PNC) tiene estadísticas sobre el particular. La PGN actúa cuando los niños no tienen a nadie por ellos, lo han perdido todo y, por su seguridad, son asignados a una casa hogar, que vela por su protección física y tratamiento sicológico. En el caso del MP, la Fiscalía de Delitos contra la Vida reporta igual número de procesos. La diferencia es que en los casos que lleva, los menores aún tienen familiares que los custodien. Además, son incluidos en un programa de protección de testigos, para que no les suceda nada antes de llegar al juicio donde deben declarar. Los traumas o secuelas que quedan en la vida de los menores pueden ser desde quedar en silencio, mantener temores, hasta sentirse culpables de lo sucedido. Los expertos aconsejan que después de un proceso como éste, los niños reciban tratamiento sicológico. Revictimización Posterior a que los niños presencian la muerte de un familiar, su vida cambia y sufren de revictimización, porque todos los entes de seguridad desean conocer lo sucedido. “Cuando se produce un hecho delictivo, la Policía le pide al niño que le cuente lo que pasó. Después llegan los bomberos, el MP, delegados de los Derechos Humanos y a todos les debe contar la misma historia, lo cual le provoca un daño más profundo”, explica Josefina Arellano, procuradora de la Niñez, de la PGN. Para Iveth Melgar, del área de Atención a la Víctima, del MP, el peor de los traumas es cuando la muerte toca la vida de la madre, por la comunicación y relación entre ambos. Melgar considera que otro problema es que los pequeños tengan que ir a un tribunal a declarar. “A mi criterio, no es recomendable que los niños se presenten a declarar. Enfrentarlos ante el agresor es hacer que vuelvan a vivir el problema. Mi opinión profesional es que les tomen los datos como prueba anticipada”, detalla Melgar. La PGN ha pedido a los jueces que se retire del tribunal al criminal; de lo contrario, los niños no declararán. Algunos de los menores, sin querer, han beneficiado a los victimarios, pues en el juicio entran en una etapa de pánico que los bloquea y no les permite recordar datos concretos. Los sicólogos explican que el sistema de justicia aún carece de formas y métodos para tratar este tipo de casos. “A los jueces aún les hace falta modo y técnicas para tratar casos en los cuales los niños forman parte del proceso. Les piden fechas, montos, horas, color de la ropa del agresor, entre otros datos, que no siempre recuerdan con exactitud”, refiere Melgar. Intrafamiliar: “Tápense los ojos” “Mi papá llegó muy enojado a la casa, buscó a mi mami y la golpeó muy fuerte. Ella estaba llorando y le decía que no le hiciera nada, pero él se enojaba más y le seguía pegando. Mi papá nos encerró con mi hermanita en el baño del cuarto para que no viéramos nada. Yo oía que mi mami gritaba, después no la escuché más. Mi papi nos sacó del baño y pude ver a mi mami tirada en el suelo, llena de sangre. Él nos dijo: ‘Tápense los ojos y no se vayan a parar sobre ella’. Luego nos dijo que mi mami se había ganado eso porque se portó mal, y que nosotros no deberíamos ser así”. Pleitos: “Mi tío le pegó” “Estábamos en la casa, jugando con mi hermanito, cuando llegó mi tío. No sé por qué, pero empezó a gritarle a mi mamá y se pelearon. Mi tío, que se llama José, le pegaba, y mi mamá no se dejaba, por eso se pelearon. Yo me tapaba los oídos para no escucharlos, pero ellos gritaban muy fuerte, por eso nos escondimos debajo de la cama, porque nos dio mucho miedo. De repente, mi tío sacó la pistola y golpeó a mi mamá. Luego salió corriendo y la dejó allí tirada. Yo quise despertar a mi mamá, pero no me hacía caso. Él es malo, no quiere a mi mamá. Ahora ella está en el cielo, y mi papi dice que desde allí nos está viendo”. Violencia: “Nada es igual” “Tenía 8 años, y esa noche, mientras mi mamá se bañaba, nosotros con mi hermano jugábamos en la sala con mi papá. Después sólo oímos las sirenas de las patrullas de la Policía. Tiraron las puertas y entraron disparando. Mi papá tenía una pistola e intentó defenderse, pero no lo logró porque le dispararon ellos primero. A mi mamá la sacaron del baño, casi desnuda, y se la llevaron presa. A nosotros nos llevaron a un lugar desconocido. No dejaron que sacáramos mi ropa, ni mis juguetes... Desde ese día, nada es igual. Tuve que dejar de ir al colegio y dos veces por semana visitaba a mi mamá en la cárcel”. Violencia urbana: Sobreviviente de crimen en Villa Linda Eran cerca de las 19 horas del viernes 2 de diciembre del año recién pasado, cuando María Fabiola Pérez viajaba con cuatro niños en un carro sedán gris, en las cercanías del viaducto de Villa Linda, ubicado en la zona 7. De repente, un grupo de hombres desconocidos disparó más de 50 veces contra el vehículo, lo cual provocó la inmediata muerte de María Fabiola, de 36 años, de sus hijos Kimberly y Jefferson, de 9 y 8 años, respectivamente, y de su sobrino Cristian Rodrigo Santacruz, de 9 años. Un sobreviviente Diego José, de 7 años, hijo de María Fabiola, fue el único sobreviviente. Él iba sentado en la parte trasera del vehículo, y en el momento de los disparos terminó debajo de todos los fallecidos, lo que permitió que se salvara. Los familiares decidieron que el niño debía salir de Guatemala debido al hecho criminal, que aún no se ha dilucidado. Antes de salir del país, el pequeño no pudo declar en el Ministerio Público (MP), debido a que, por la magnitud del suceso, perdió el habla. Además, la familia no lo permitió. Por supuesto error Investigadores de la Policía Nacional Civil detallan que hasta ahora no han podido dar con los responsables de este hecho criminal, pero aseguran que habría sido por error. “Esta familia estuvo en el lugar, el día y a la hora equivocados, pues el ataque estaba dirigido a otra persona”, creen los investigadores. El 9 de diciembre del 2005, agentes de la Policía capturaron a tres personas supuestamente vinculadas al asesinato, pero aún no las han podido ligar al suceso, por falta de prueba, según las autoridades. Violencia: Otras formas Los niños también son víctimas por otros hechos. Abuso sexual. La Policía Nacional Civil registró 462 casos en 2005. En la mayoría de procesos, los responsables son personas cercanas a ellos, especialmente ocurre entre niñas y padres. Por ese hecho, 284 personas fueron detenidas. Intrafamiliar. Los pleitos entre los padres no sólo hacen que éstos resulten afectados, sino también los menores, que de víctimas se convierten en victimarios. Observar escenas del crimen. Muchos menores en compañía de sus padres no temen presenciar escenas de muertos, lo cual provoca que pierdan la sensibilidad ante estos hechos. fuente: Prensa Libre